20 de julio de 2010

La escandalosa mentira del tabaco asesino

La escandalosa mentira del tabaco asesino (I)

Nuestras pobres intuiciones matemáticas, agravadas por el tiempo empleado en hablar de determinados temas y no otros en los medios de comunicación masivos, son los responsables de que nos aterren los terroristas o tomar un vuelo comercial regular.

Sin embargo, el tabaco es más aterrador que el terrorismo, y mata al día tantas personas como si varios aviones comerciales se estrellaran antes de anochecer. Aunque lo más escandaloso no son los índices de mortalidad sino que se tardó casi 100 años en reconocer públicamente el peligro que entrañaba el tabaco, en gran parte por la poderosa oposición de las grandes compañías tabacaleras.

Así pues, este no es un artículo para convenceros de lo exageradamente dañino que es fumar. Las cifras hablan por sí solas. Este artículo trata de manipulación mediática, campañas publicitarias y mentiras a escala planetaria.

En EEUU, el 97 % de la producción de tabaco se halla en manos de sólo 5 compañías. British American Tobacco, R. J. Reynolds (propietarias de Winston y Camel), Lorillard, Ligett y, por último, Philip Morris, la más importante, la segunda empresa tabacalera más poderosa del mundo.

De acuerdo con las cifras disponibles, entre 1950 y 2000, se calcula que las empresas tabacaleras podrían ser las responsables de un número de muertes mayor que las producidas por todas las guerras y genocidios ocurridos durante el pasado siglo. Durante todo ese tiempo, los directivos de ese sector han cumplido escrupulosamente con su cometido dirigiendo la producción de una droga adictiva que causa daños tan letales como el cáncer, las enfermedades coronarias, los derrames cerebrales y los enfisemas.

Sólo en EEUU, cada año mueren 400.000 personas a causa del tabaco. A nivel mundial, mueren entre 2,5 y 5 millones de personas.

Basta echar un vistazo a la Historia para advertir la urdimbre maquiavélica que hay tras este negocio, que ha conseguido que la salud se subordinara a los intereses empresariales.

Hasta 1950, apenas fue posible estudiar los componentes del humo producido por la combustión del tabaco, ya que se carecía del instrumental necesario para detectar e identificar las sustancias carcinógenas. Fue entonces cuando se confirmó que el 96,5 % de los pacientes de cáncer de pulmón eran fumadores moderados y compulsivos. En 1953 se observó que la aplicación de nicotina en el lomo de ciertos ratones de laboratorio desarrollaba tumoraciones.

Pero en 1954, R. J. Reynolds Tobacco Company hizo pública una nota en la que decía:

Todavía no existe ni una sola prueba que relacione directamente el consumo de cigarrillos con el cáncer de pulmón.

En 1964, un cirujano llamado Luther Terry hizo público un informe en el que enumeraba los riesgos que el consumo de tabaco entrañaba para la salud. El gerente de Philip Morris sentenció:

Nos negamos a aceptar la idea de que el tabaco contiene agentes dañinos.

Los años siguientes, las opiniones vertidas por las compañías tabacaleras siempre eran del mismo signo. No hay peligro. No hay pruebas. Hasta 1975, cuando la UK Imperial Tobacco trató de emitir un mensaje un poco menos tajante (sólo un poco menos):

Como empresa, ni hacemos ni estamos cualificados para emitir diagnósticos. No podemos más que aceptar o rechazar los argumentos del Ministerio de Sanidad.


Los estudios sobre los efectos dañinos del consumo de tabaco continuaron adelante. La revelación más turbadora llegó en 1982, cuando C. Everett Koop, un importante cirujano estadounidense, señaló que los fumadores pasivos también corrían peligro de desarrollar cánceres por culpa del humo del tabaco.

Pero los años siguientes, los mensajes de las tabacaleras continuaron siendo de oposición frontal:

Afirmar que el consumo de tabaco engendra ciertos trastornos es un argumento, una mera opinión; no un hecho científico.

Esta perla fue soltada por el Tobacco Institute of Hong Kong… en 1989.

Pero lo más surrealista llega en 1998, cuando la avalancha de evidencias científicas es impepinable. Entonces, en un juicio contra las tabacaleras estadounidenses celebrado en Minesota, el gerente de Philip Morris, Geoffrey Bible, respondió a una de las preguntas de los fiscales de la siguiente manera:

No tengo demasiado claro que alguien pueda morir por culpa del tabaco.

En el mismo juicio, el vicepresidente y portavoz del Tobacco Institute del Reino Unido, Murray Walker, declaró:

No hay ninguna evidencia que demuestre que fumar causa algún tipo de enfermedad.

Os recuerdo que estamos ya en el año 1998. Hacía casi 50 años que se estaban presentando evidencias científicas del daño que causaba el consumo de tabaco.

En el humo del tabaco se han detectado unos cuatro mil elementos. Los carcinógenos más importantes son los hidrocarbonos aromáticos policíclicos, las arilaminas y N-nitrosaminas. Su transformación en agentes más o menos dañinos depende de la persona que los asimila, de ahí que no todos los fumadores sufran los mismos efectos.

El poder que la industria tabacalera posee sobre el gobierno estadounidense es enorme (un poder que ni mucho menos se conoce en la Unión Europea). Las administraciones no se enfrentan a las tabacaleras, con excepción del fiscal general, quien ha llegado a demandarlas por daños y prejuicios. Ni siquiera están obligadas a advertir en las cajetillas que fumar es perjudicial, y siguen emitiendo informes sobre el consumo de tabaco llenos de falsificaciones y medias verdades.

En 1994, la FDA (Food and Drug Administration), el organismo que se encarga de velar por la calidad de los alimentos y los fármacos a escala nacional, trató de regular el contenido de los productos relacionados con el tabaco a escala federal, pero 6 años después, el Tribunal Supremo rechazó la iniciativa.



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