12 de septiembre de 2010

ambiar o no cambiar el mundo. He ahí el dilema (II)


La cifra de seres humanos que podrá sostener la Tierra es incierta. Lo expertos la sitúan entre 4.000 y 16.000 millones. El número real dependerá de la calidad de vida que las generaciones futuras estén dispuestas a aceptar. Lo que está claro es que actualmente es insostenible que todos los seres humanos puedan mantener un estilo de vida como el que se mantiene en Norteamérica, Europa occidental y Japón.

Con ello no se sugiere que debamos ponernos a vivir de una forma más frugal, vistiéndonos con túnicas de flores y acudiendo al festival de Woodstock. Todos tenéis derecho a iPod. Pero el impacto del iPod (y de todo lo demás) de cada país es multiplicativo. Depende de una fórmula denominada PAT. Es decir:

Tamaño de la población x Afluencia per cápita (es decir, consumo) x una medida de la voracidad de la tecnológica usada para sostener el consumo.

La magnitud de la PAT puede visualizarse adecuadamente mediante la “huella ecológica” de tierra productiva que se precisa para soportar a cada miembro de la sociedad con la tecnología actual. En Europa la huella es de 3,5 hectáreas, en Canadá 4,5 hectáreas, y en Estados Unidos 5 hectáreas. En la mayoría de países en vías de desarrollo es inferior a media hectárea. Para hacer que todo el mundo alcanzara el nivel de Estados Unidos se precisarían otros dos planetas Tierra.

Está claro, pues, que no cabemos todos. Al menos no de la forma en que lo hacemos ahora. Los exencionalistas, sin embargo, consideran que el ingenio y la tecnología humana podrán incluso superar este problema: por ejemplo, empleando más tierra, fertilizantes y cosechas de alto rendimiento.

Sin embargo, el ingenio y las tecnologías necesarias para ello todavía no existen, ni hay visos de que puedan existir en breve. Si bien sólo se está cultivando el 11 % de la superficie de la Tierra, ello ya incluye la parte más cultivable: la mayor parte restante tiene un uso limitado, o ninguno en absoluto.

Y los cultivos actuales ya están empezando a degradarse, como han concluido edafólogos expertos. Por ejemplo, en 1996, las reservas mundiales de cereales se habían reducido en un 50 % desde el máximo histórico que se alcanzó en 1987.

Las reservas de agua llevan un camino aún peor. Así que los exencionalistas quizá están confiando demasiado en su buena suerte, arriesgándose demasiado a que algún nuevo invento nos saque del cuello de botella al que nos dirigimos. Y, en todo caso, en ecología, como en medicina, es un error rechazar por alarmista una preocupación: un diagnóstico positivo falso es una inconveniencia, pero un diagnóstico negativo falso puede ser catastrófico. Si hay que apostar, quizá es más apropiado apostar por la cautela.

Una mayor presión demográfica genera una escasez de recursos, y una escasez de recursos puede derivar en un conflicto, como atestiguan el hundimiento de muchas civilizaciones en el pasado. Así pues, el crecimiento demográfico descontrolado probablemente sea el mayor problema del ser humano como especie.

Supongamos que el último de los viejos tabúes reproductivos se desvanece, y la planificación familiar se hace universal. Supongamos, además, que los gobiernos crean policías de población con la misma gravedad que dedican a las policías económicas y militares. Y que, como resultado, la población global alcanza su máximo a los 10.000 millones y empieza a reducirse. Habiendo alcanzado el CDN (crecimiento demográfico negativo), hay base para la esperanza. Si no se alcanza, los mejores esfuerzos de la humanidad fracasarán, y el cuello de botella se cerrará hasta formar un muro sólido.

Si por el contrario confiamos en nuevas prótesis técnicas para paliar la escasez de recursos, entonces el problema se irá agravando, requiriendo nuevas prótesis más tecnológicamente avanzadas. ¿Hasta dónde podremos llegar? ¿La espiral es infinita? Probablemente no. Basta un pequeño paso en falso o alguna limitación del tipo que fuere para que todo se vaya al traste.

En la próxima, y última entrega de este artículo, propondremos algunas posibles vías de solución.

Randy Gardner: el hombre que permaneció más tiempo sin dormir


El sueño es un proceso tan importante en el ser humano como la vigilia. Tanto es así que uno de los métodos más efectivos de tortura consiste en la privación del sueño. Andrew Hogg, de la Medical Foundation for the Care of Victims of Torture del Reino Unido, afirma que “es una forma tan estandarizada de tortura que prácticamente todo el mundo la ha utilizado en un momento u otro”.

En ese sentido, no debéis confiar en casos extraños de personas que dicen haber permanecido despiertas durante meses o años. Permanecer demasiado tiempo sin dormir es imposible. Y el único caso documentado sobre un hombre que se mantuvo en la vigilia por más tiempo fue el de Randy Gardner.

Gardner, a los 17 años, por allá en 1965, permaneció despierto 11 días sólo por diversión, y sin usar drogas estimulantes. Así describe el neurólogo David Linden su caso:

Durante este período, Gardner al principio se fue poniendo de mal humo, sus gestos se fueron haciendo más torpes y su estado de ánimo era más irritable. A medida que el tiempo avanzaba, empezó a tener delirios (decía que era un famoso jugador profesional de fútbol americano), luego tuvo alucinaciones visuales (vio un camino que cruzaba un bosque que se extendía justo donde terminaba su dormitorio), paranoias y una ausencia completa de concentración mental. De forma sorprendente, después de quince horas de sueño, casi todos estos síntomas se mitigaron. Aquel incidente al parecer no dejó en Gardner ninguna lesión física, cognitiva o emocional duradera.

El tiempo máximo que una persona puede mantenerse sin dormir no se conoce con exactitud. Y, aunque no hay bibliografía científica de humanos que hayan muerto por privación total de sueño, hay indicios de este tipo de muerte en los experimentos que los nazis llevaron a cabo en los campos de exterminio durante la Segunda Guerra Mundial, así como informes de ejecuciones en la China del siglo XIX en la que se aplicó.

Estos documentos sugieren que la muerte llega a las 3 o 4 semanas de privación de sueño.

Experimentos realizados con ratas demuestras que la privación total del sueño les causaba también la muerte en 3 o 4 semanas. Si bien se desconocía la causa exacta de la muerte, los animales padecían lesiones en la piel y su sistema inmunitario empezó a fallarles de manera gradual.

Esta citación hacía que al final el cuerpo del animal fuera colonizado por bacterias que en otras circunstancias hubieran sido benignas y que por regla general sólo se hallaban presentes en el tracto digestivo.

A este respecto, también existe una enfermedad sumamente rara (sólo se ha hallado en algunas familias), llamada Insomnio Familiar Fatal (IFF). Este trastorno genético se presenta entre los 50 y 60 años, de un día para otro, y los síntomas son que la persona no puede dormir. Aunque el paciente intente en vano conciliar el sueño, sólo logra un estado de letargo que no le permite el descanso. Después de ocho meses, la fase final del insomnio lleva a un coma profundo y sin retorno. Actualmente no existe tratamiento ni cura para esta enfermedad.